(Pacto de Lobos)
Ya había pasado tiempo desde la última vez que sus miradas se cruzaron y sus cuerpos se entregaron sin reservas.
Los recuerdos seguían ardiendo en la piel de Yunho, como brasas que nunca se apagaban, dejando un calor que se colaba hasta en sus sueños. Cada caricia, cada suspiro, cada roce brutal y dulce a la vez, revivían en su mente con una mezcla de anhelo y frustración. Resopló, resignado. Tal vez nunca volvería a sentir esa pasión desenfrenada, aquella intensidad que hacía temblar sus huesos y soltar los gritos más profundos. Pero sabía, con una certeza que apretaba su pecho, que había tomado la decisión correcta.
—Un líder insatisfecho nunca tendrá paz —dijo Junsu, su hermano, con un tono firme y algo de reproche.
Yunho apartó la mirada, intentando ignorar esas palabras. ¿Qué sabía su hermano sobre pasiones? Junsu era práctico, distante, incapaz de comprender la vorágine que le consumía por dentro. Aun así, la advertencia quedó clavada como una daga invisible.
De vez en cuando, sentía ese puñetazo de su lobo interior golpeándole el estómago, recordándole que la bestia estaba ahí, latente, hambrienta y descontrolada. Y entonces, la imagen de Jaejoong aparecía, desinhibido, rebelde, haciendo que su ceño se frunciera con celos y miedo a perderlo. Otro podría llegar a su vida, y él no podría hacer nada para detenerlo.
Esa necesidad incómoda, ardiente y persistente, le arrancaba sueños húmedos cada noche, sueños donde las sábanas se empapaban del fuego que seguía sin extinguirse en su alma. Para intentar calmar esa inquietud, Yunho había frecuentado bares, sumergiéndose en encuentros pasajeros, en cuerpos extraños que solo servían para llenar el vacío que solo Jaejoong podía colmar.
Una noche, conoció a un muchacho con un parecido físico inquietante a Jaejoong. Sin pensarlo, lo arrinconó en una callejuela oscura, dejando que la necesidad y la desesperación tomaran el control por un instante. Pero esos encuentros nunca lograban apaciguar el fuego que quemaba dentro.
Los planes de la boda seguían su curso, implacables, como un reloj de arena que se vaciaba lentamente. Yunho no ocultaba su amante; al contrario, se mostraban juntos en bares, en moteles discretos, sin temor ni vergüenza. Nadie cuestionaba la vida amorosa y sexual del futuro líder, porque detrás de esa fachada ruda y controlada, todos sabían que él tenía derecho a sus deseos.
Pero un día todo cambió.
Un enfrentamiento violento estalló entre los hombres del líder Jung y un grupo de seguidores de Soo. Los rumores corrían como fuego salvaje entre los clanes. Yunho, con el ceño fruncido, preguntó qué había sucedido.
Junsu respondió con una mueca amarga:
—Si dejaras de jugar con esa mala imitación, lo sabrías.
—Sé que no te agrada, pero él...
—No me importan tus falsos motivos.
—Lo que siento cuando estoy con él no es falso.
Junsu soltó un resoplido de desdén.
—Para un lobo, cualquier cuerpo puede saciar su lujuria. Sabes bien que me refiero a otra cosa.
Yunho apretó los labios, optando por no seguir discutiendo. Prefirió entrar a la sala mientras los rumores de traiciones entre los bandos se intensificaban. Nadie dudaba que Soo era un enemigo peligroso, un traidor al que era mejor tener cerca para vigilar.
Pero esa regla estaba a punto de romperse.
Los ánimos se caldearon hasta el límite. Los líderes alzaron la voz con furia, conscientes de que no podían coexistir dos alfas en un mismo territorio. Aunque Yunho había sido designado como el único líder de ambos clanes, Soo se negó a aceptar el pacto, rompiéndolo sin contemplaciones.
Los más sanguinarios propusieron un combate, un desafío para que cada líder nombrara a un campeón que los representara.
Por supuesto, Yunho aceptó. Se enfrentó al mejor hombre de Soo en una lucha que dejó marcas en su cuerpo y en su orgullo. La batalla fue dura, cada golpe resonó como un trueno, cada movimiento una danza de poder y voluntad.
Al final, Yunho salió vencedor. Fue levantado en andas por sus seguidores, mientras el aire vibraba con vítores.
Soo, en lugar de enojarse, soltó una risa amarga.
—Todo fue un montaje para medir la reacción del futuro líder —dijo con una sonrisa torcida.
Pero Yunho no se dejó engañar por esa excusa barata. No tomó represalias; en cambio, usó la oportunidad para romper el compromiso que mantenía con Soo. Aunque no le gustó, Soo lo aceptó.
—Es mejor vigilar al enemigo de cerca —pensó Yunho, sintiendo la pesada carga de la responsabilidad sobre sus hombros.
En otro lugar, Soo intentaba calmar a Yuta, que no aceptaba la ruptura del compromiso.
—Deja de gritar —le advirtió Soo, con voz fría—. No cambiarás la decisión de Yunho con berrinches.
—¡Oblígalo a casarse conmigo! —gritó Yuta, desesperada—. ¡Seré la burla de todas las envidiosas!
Soo suspiró, sin mostrar simpatía.
—Encontraré otro pretendiente digno de ti, no un campesino con gustos excéntricos.
Yuta estalló en un berrinche que sólo los sirvientes soportaron con paciencia.
Mientras tanto, Yunho se miraba al espejo, abotonándose la camisa con cuidado. Junsu apareció con una mueca de ironía.
—Supongo que vas a ver a tu amante —dijo con tono burlón.
—Supones bien —respondió Yunho sin apartar la mirada.
Junsu se cruzó de brazos.
—Si ya no hay impedimentos, ¿por qué no buscas a…?
—Imposible —interrumpió Yunho con firmeza.
—¿Por qué? ¿Es por su mitad humana? Ya veo, sigues con esa estúpida idea de depurar la sangre, ¿verdad?
Yunho resopló, cansado de las mismas discusiones.
—Hermano, búscate alguien más. Así no te meterás en mis relaciones.
Junsu sonrió.
—Está bien, no diré nada. Pero después no vengas a llorar.
Yunho rió por primera vez en horas.
Semanas después, Jaejoong corría entre las mesas del bar donde trabajaba. Esa noche, un grupo de jóvenes lobos entró al local. Su presencia le erizó la piel; temía ser descubierto, que supieran de su sangre mestiza.
Pero no pasó nada. Su lado humano parecía más fuerte que el lobo dormido dentro de él. Respiró aliviado, aunque la decepción también lo invadió. Llevar la carga de dos naturalezas era un peso cruel.
Cuando llevaba una bandeja con cervezas, escuchó la conversación de los jóvenes.
—¿En serio pasó eso? —preguntó uno, curioso.
—Sí, los clanes Jung y Soo se enfrentaron y acusaron traición.
—El futuro líder fue elegido campeón y venció, además rompió el compromiso.
Jaejoong alzó una ceja, sonrió sin poder evitarlo.
—Dicen que Jung Yunho tiene un amante —continuó otro.
El corazón de Jaejoong se aceleró. ¿Hablaban de él?
Un joven más alzó una ceja.
—Hablas de Tae, ¿verdad?
—Sí, el mismo.
—Cuando Yuta se enteró, secuestró al chico, pero Yunho no dudó en rescatarlo. Eso sí que es amor.
Todos brindaron con risas.
Jaejoong dejó caer la bandeja, ruborizado, y salió corriendo hacia una callejuela. Allí lloró hasta quedarse sin lágrimas, sintiendo que su lobo nunca despertaría.
La lluvia comenzó a caer con fuerza mientras Jaejoong caminaba por las calles solitarias. Intentó no pensar en Yunho ni en el vacío que sentía, pero cada gota parecía recordarle la soledad de su corazón roto. De repente, chocó contra un hombre alto y atractivo que, sin dudarlo, le ofreció su paraguas.
—No te haré daño —dijo con una sonrisa cálida—. Solo quiero protegerte de la tormenta.
Jaejoong lo miró desconfiado.
—No me conoces.
—Te he visto en el bar donde trabajas —respondió él con una media sonrisa.
Una chispa de curiosidad y algo más despertó en Jaejoong, quien respondió con una sonrisa tímida.
—¿Me estás acechando? —bromeó—. Eres el tipo que siempre se sienta en el rincón y pide lo mismo cada noche. Esa sonrisa tuya es condenadamente sexy.
El hombre rió con suavidad y le propuso esperar juntos a que pasara la lluvia en un bar cercano. Jaejoong vaciló, pero su lobo, adormecido pero atento, le impulsó a aceptar, manteniendo sus sentidos alerta.
En el bar, entre cervezas y risas, comenzaron a conocerse: películas favoritas, comida, pequeños secretos y anécdotas que hacían latir el corazón de Jaejoong con una mezcla de emoción y cautela.
Cuando Jaejoong preguntó su nombre, el hombre respondió con una sonrisa misteriosa:
—Te lo diré la próxima vez. Así tendré una excusa para verte de nuevo.
Jaejoong no pudo evitar sonreír. Por primera vez en mucho tiempo, algo parecía diferente.
Al día siguiente, Jaejoong se sentó en un banco de la plaza, intentando ordenar sus pensamientos. La lluvia había cesado, y el sol calentaba suavemente su piel. Cerró los ojos por un momento, dejando que el recuerdo de la noche anterior se instalara con una cálida esperanza en su pecho.
Pero su paz fue interrumpida por niños que corrían y lanzaban pistolas de agua, empapándolo por completo. Hizo una mueca y luego sonrió, recordando su propia infancia y las bromas que solía hacerle a Yunho, quien siempre terminaba tumbado en el pasto. También recordó a Junsu, su eterno apoyo en esas travesuras.
Más tarde, en el bar donde trabajaba, Jaejoong buscó al hombre misterioso en el rincón habitual, pero no apareció. Los días pasaron, y aquella ausencia comenzó a pesar en su ánimo.
Un día, mientras servía unas cervezas, escuchó una conversación entre un grupo de jóvenes lobos que comentaban sobre el futuro líder y su supuesta relación amorosa.
—¿Sabías que el futuro líder, Jung Yunho, tiene un amante? —dijo uno con voz baja.
El corazón de Jaejoong latió con fuerza; ¿sería él de quien hablaban? Sintió una mezcla de miedo y orgullo, y al instante, dejó caer la bandeja que llevaba, huyendo hacia la parte trasera del bar. Allí, en la soledad de una callejuela, permitió que las lágrimas fluyeran libremente, lamentando la crueldad de su propia naturaleza.
Mientras Jaejoong sollozaba en la callejuela, las voces de los jóvenes en el bar continuaban resonando en su mente.
—¿Se fijaron en el mesero? Creo que lo he visto antes.
—Sí, si lo hubiera visto antes, seguro no lo olvidaría. ¿Viste lo torpe y sexy que es?
Las risas se mezclaban con los ecos de sus propios pensamientos, y Jaejoong se sintió pequeño y vulnerable. Su vida dividida entre dos mundos lo hacía sentir un extraño, atrapado entre su humanidad y su naturaleza de lobo.
Después de secarse las lágrimas, respiró profundo y decidió regresar a su cuarto arrendado. Golpeó la almohada con frustración.
—¡Tonto cachorro! —murmuró con rabia y tristeza—. Solo fue una noche... como dijo él, está con otro y no lo oculta. Soy un estúpido.
Se duchó, tratando de borrar la sensación de vacío, y salió a caminar sin rumbo. De repente, comenzó a llover a cántaros. Corrió para refugiarse bajo un techo, y justo en ese momento chocó con un hombre alto y atractivo, quien sin dudarlo le ofreció su paraguas.
—No te haré daño —dijo con voz suave—. Solo quiero protegerte.
Jaejoong lo miró con desconfianza.
—No me conoces.
—Te he visto en el bar donde trabajas.
El hombre sonrió con esa media sonrisa que parecía esconder secretos, y Jaejoong sintió que algo en su interior se removía.
—¿Me estás acechando? —preguntó, divertido a pesar de sí mismo—. Eres el tipo que siempre se sienta en el rincón y pide lo mismo todas las noches. Esa sonrisa tuya es condenadamente sexy.
El hombre rió y lo invitó a entrar a un bar cercano para esperar que la lluvia amainara.
Ya dentro del bar, las luces tenues y el aroma a madera añeja creaban una atmósfera íntima y acogedora. El hombre pidió dos cervezas, y poco a poco la tensión que Jaejoong sentía comenzó a disiparse, sustituida por una curiosa mezcla de intriga y comodidad.
Hablaron de cosas cotidianas, de películas favoritas, de comidas y de fines de semana soñados. Rieron juntos, y Jaejoong notó cómo, por primera vez en mucho tiempo, se permitía ser él mismo sin máscaras ni miedos.
Cuando la noche avanzaba, Jaejoong se animó a preguntar:
—¿Me dirás tu nombre? Hemos hablado de todo, y no sé con quién he compartido estas historias.
El hombre lo miró con intensidad, con esa sonrisa pícara que hacía latir con más fuerza el corazón de Jaejoong.
—Te lo diré la próxima vez —respondió—. Así tendré una excusa para verte de nuevo.
Jaejoong no pudo evitar sonreír, un brillo de esperanza asomó en sus ojos cansados.
Al día siguiente, sentado en un banco de la plaza, Jaejoong dejó que el sol calentara su piel mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Los niños pasaban corriendo, salpicándolo con pistolas de agua; él sonrió al recordar su propia infancia, llena de travesuras y de momentos con Yunho y Junsu.
Pero esa felicidad se mezclaba con la incertidumbre de su presente. No sabía si algún día podría ser completamente aceptado ni si su lobo, tan dormido y callado, alguna vez despertaría del todo.
Los días pasaron lentos y silenciosos. Jaejoong volvía cada noche al bar con la esperanza de ver al hombre de la sonrisa pícara, pero sus mesas se quedaban vacías, y el rincón solitario seguía intacto. La ansiedad comenzó a apoderarse de él, mezclándose con la frustración que sentía por el espacio que Yunho había dejado en su vida.
Una noche, cuando las luces del bar ya eran un susurro y los murmullos llenaban el ambiente, apareció Yoochun, con esa presencia relajada pero firme que siempre había tenido. Jaejoong sintió un alivio inmediato, como si la tormenta de sus emociones encontrara un ancla.
—¿Por qué esa cara tan seria? —preguntó Yoochun con una sonrisa.
—¿Me estás vigilando? —bromeó Jaejoong, aunque en el fondo agradecía tener a alguien en quien confiar.
—Claro que sí —respondió Yoochun, haciendo una mueca divertida—. Y me alegra verte, sabes que siempre estoy para ti.
Ese momento de sinceridad le permitió a Jaejoong abrirse un poco más. Compartieron risas, frustraciones y sueños rotos, y en el aire quedó una promesa tácita: no estaba solo.
Pero el peso de sus pensamientos regresó cuando Yoochun mencionó su molestia por Yunho.
—Voy a patearle el trasero cuando lo vea —dijo con determinación.
—Déjalo —respondió Jaejoong con una sonrisa melancólica—. Cuando llegue el momento, seré yo quien se lo haga saber.
Yoochun soltó una carcajada, admirando la nobleza y terquedad de su amigo.
Yay, capítulo nuevo, gracias!!! Wow, me dejaste con una O de sorpresa enorme al final, me encantó!!! Abrazos!!!
ResponderEliminarHola. Mil gracias por seguir esta historia... Esta vez actualizaré lo más pronto posible. Saludos.
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